martes, 17 de noviembre de 2009

Equipajes minusválidos de vuelta a Polonia

No sé donde comenzar a contar esto. Si desde las cinco de la mañana, que es cuando me levanté, o desde las dos de la mañana que es cuando me acosté, o desde ayer por la mañana que es cuando en medio de una conversación cafetera alguien me comentó que debería comunicarme directamente con la aerolínea y confirmar mi vuelo, no fuera la de malas y se hubiera cancelado. Ahí me dejaron la espinita y efectivamente, al meterme a la página de Iberia, resultó que el tipo de vuelo que yo había contratado era de los económicos, con la consiguiente carga de restricciones. Básicamente se trataba de que yo había comprado cuatro vuelos: México-Madrid, Madrid-varsovia. Y Varsovia-Madrid, Madrid-México. Y si no tomaba el que salía de Varsovia automáticamente perdía el derecho de tomar el de Madrid-México. Y aquí estaba, en Barcelona, relajado, pensando que todo estaba bien, que el domingo tranquilamente habría de moverme a Madrid y allí tomar mi avioncito a México. Pues no. Hablé al teléfono de servicio a clientes para preguntar y el baño helado: o tomaba el vuelo desde Varsovia o no tomaba más que por culo, pensé que diría mentalmente el duro empleado al otro lado de la línea.
¡Qué poca madre! La opción que me daba era pagar una penalización de quinientos cuarenta euros que su pinche madre si tenía disponibles, y en caso de tenerlos botarlos así nomás. Ni pedo, a buscar de volada opciones en Internet de vuelos ultra baratos a Varsovia lo más cercanos posible. Pues sí. Lo había. Para el sábado a las doce y cinco de la mañana-tarde.
Así que de volada, comprar en línea (a estas alturas ya voy agarrando el pedo de cómo funcionan estas cosas; costoso aprendizaje por cierto). Apunte mental: la próxima vez que haga esto, me voy a pasar una semana comparando líneas, comprando vuelo a vuelo, trenes y autobuses incluidos, calculando tiempos, rutas, hoteles, opciones, costos, imprevistos, cantidad y longitud de pasos, raciones de comida, peso y resistencia de mochilas o maletas, cantidad de prendas y peso individual de las mismas, número de respiraciones, horas de crepúsculo, desfases temporales y hasta temas de conversación; todo para evitar estas desgracias.
Luego viene la parte de tratar de ponerme en contacto con la gente de Polonia. Hay que saber qué hacer con esas veinticuatro horas que deberé pasar nuevamente en Varsovia, saber dónde dormir, qué comer. Afortunadamente me sobraron zlotys que había pensado regalar ahora que estuviera en México. Si no pasa nada malo, calculo que me ayudarán a pasarla sin broncas. Termino de mandar mensajes urgentes y salgo de volada. Son las siete y media de la noche, he consultado en maps.google.es la ruta más adecuada para llegar al aeropuerto de Barcelona. Afortunadamente el vuelo sale de el Pratt y no de aquel otro de Girona que me obliga a pagar 21 euros más por concepto de autobús.
Salgo, pongo a funcionar el cronómetro y me dirijo al Metro de Santa Coloma. Llevo fuertemente agarrado el mapita de la red del metro y me dispongo a aprenderme los pasillos, túneles, conexiones de líneas y todo aquello que me llegue a frenar por desconocimiento de ruta al día siguiente. La línea 1 es la que me acerca más al aeropuerto. Está de extremo a extremo. Según el Internet, si llego al Hospital y recorro a pie el tramo faltante serán cosa de dos horas. El metro hace una hora para llegar a donde calculo llegar mañana. Salgo, me desoriento un poco, pregunto a alguien y me dice que de plano, desde ahí, hay que tomar taxi. Ubico un sitio de taxis. Me acerco, pregunto con aire despreocupado el costo. No se puede, cobra casi veinte euros. Alguien más me sugiere que regrese a Bellvitge y desde ahí averigüe si hay autobuses o tren al aeropuerto. Hago cuentas mentalmente y si de ahorrar tiempo se trata, podría sacrificar el costo del taxi. Para este momento son las nueve y media de la noche y sospecho que de salir otra vez en otra estación, los créditos de mi boleto de metro se acabarán. Confío en que lo que he visto más o menos me han ubicado en términos de tiempo. Decido que regreso a Santa Coloma, me acuesto, y me levanto a las cinco, que es cuando comienza el servicio del metro. De las cinco a las doce cinco, hay tiempo suficiente. Al regresar, acomodo la maleta, mis cosas, reviso si alguien ha contestado mis urgentes peticiones y ¡Sí! Sofía ha contestado. Le mando los datos de mi vuelo, la llegada y todo lo demás y ya un poco más relajado me dispongo a asearme, preparar todo y salir sin contratiempos de la casa de Bety, a la que por cierto deberé explicar más tarde por qué en su recibo telefónico aparecerán diez minutos de llamada local. Otro apunte mental: Pagaré este abuso en su casa con varios libros de los que espero ver editados llegando a Tlaxcala.
Para este momento ya son las dos de la mañana, si no me apuro, mejor será que no me acueste, no sea la de malísimas que me siga derecho. Pongo todas las alarmas de las que dispongo: teléfono, reloj, computadora y hasta quiero poner una cubeta de agua sobre la cabecera.
Pues no me pasé. Como lo dije al principio, me levanté a las cinco, aunque la preocupación me había despertado desde varios minutos antes. Salí, caminé de prisa pero procurando no cansarme y tomé el metro. Por el sondeo de la noche anterior sabía que disponía de tiempo para buscar una alternativa más viable económicamente. Una estación antes del hospital desciendo, pregunto por la estación del tren de Bellvitge y hacia allá me dirijo. El colmo, a la maleta se le cae una rueda. Me siento como en esas películas de dramón en dónde el héroe se halla en la terrible disyuntiva de volverse por el zapato o correr para salvar a la chica bella. En este caso, regreso por la ruedita que ha ido a ocultarse bajo una camioneta o corro para no perder el tren. Elijo cargar la maleta y apresurar el paso.
Estoy cansado de este equipaje que me persigue con molesta dependencia de minusválido.

2 comentarios:

  1. Cuando llegué a casa, la disposición de las cosas me hizo entender que habías salido antes. Menos mal que hablamos de eso en el café. Por cierto -y pa' la próxima, porque desde ya aquí te espero- hay una cosa que se llama aerobus y que sale desde plaza catalunya directo al eropuerto. Cuesta 4 euros mucho más asumibles que los 20 del taxi. Lo bueno es que ya estás en casa. Muchas gracias por lo que dejaste sobre el banquito. Te mando un abrazo y lo de la llamada local... no cuesta, viene incluuida en la europea cuota que pagamos cada mes.
    Saludos.

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  2. Amigo maestro, no te estará dando la minotaurosis? o más bien la vinotaurosis?

    un abrazo desde Celayork City ciudad de los rascasuelos.

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