sábado, 31 de octubre de 2009

¡Maldita seas globalidad!

Bueno, no se si sea la globalidad o alguna otra cosa. El caso es que me he sentido robado en mi descubrimiento de París.
Me explico. Ayer salí muy temprano, a despecho del frío cabrón que se estaba sintiendo, confiando en que la caminata que estaba dispuesto a emprender me calentaría el cuerpo. Tomé el tren en la gare de Pontoise. Llegué a St. Lazzare y de ahí, mapa en mano, emprendí el tour trazado la noche anterior. Ya saben, la ruta turística de cajón: El arco del triunfo, el Obelisco, Notre Dame, el pequeño y el gran palacio, Los Campos Eliseos, la torre Eiffel y todo eso. Pero a medida que caminaba, mucho de lo que veía ya lo había visto. En películas, en postales, en los libros, en despliegues publicitarios. Por donde viera sentía esa fastidiosa sensación de que no estaba descubriendo nada, no era la novedad ni la emoción ni la sorpresa. Por eso digo, maldita la publicidad que me robó la aventura.
En fin.
Como sea, París sigue siendo impresionante y hay que verla en persona. Por donde uno gire la mirada tiene ante sí la magnificencia de una ciudad emblemática. todo es grande, todo es extenso. Todo está lleno de gente.
Recorrí lo recorrible, comí lo que me había comprado en algún sitio de autoservicio, me metí por callecitas diagonales, miré las partes altas de los edificios. Pero todo, todo, como ya lo dije antes, tenía esa pátina de deja vu. Mal pedo.
Así que dejé de prestarle atención a las cosas e intenté concentrarme en las personas. La maravilla que me supuso ver tanta y tan variada gente en la estación del tren me insensibilizó un poco con respecto a la riada de gente, en su mayoría turistas con el descaro de su condición en ristre.
Y me puse a pensar en lo que supone para los que aquí se mueven el saberse parisinos. ¿Los enorgullece? ¿Los aburre? ¿Les tiene sin cuidado? ¿Cómo son sus vidas? Porque esta dinámica de entrar a las tiendas de firmas conocidas, tomar el café en los miles de sitios al aire libre, comer en los restaurants, beber en los bares, entrar y salir de edificios monumentales, sonreir, darse el doble besito en cada mejilla, no puede ser vida. No una vida diaria, cotidiana, auténtica. Porque esto no lo hacen todo el tiempo; y si lo hacen, qué terrible hastío. ¿Qué es de la vida fuera de esta pasarela? ¿cómo viven, cómo son los interiores de sus casas, qué comen cuando no lo pagan en carísimos euros, cómo lloran, se angustian, sufren, se conmueven. Cual es el sonido de sus carcajadas, además de sus sonrisas ensayadas?
Llegué a la torre Eiffel. Ya me habían dicho que  es mejor visitarla de noche para no ver su estructura metálica. Simplemente majestuosa. Otra vez, ineludiblemente hay que subir para mirar el panorama parisino.
¿Se dan cuenta? París impone. Hay algo de obligatorio en esta ciudad.
La fila larga. Los que esperaban su turno eran turcos, marroquíes, árabes, cubanos, argentinos, italianos, españoles, franceses, mexicanos, estadunidenses, alemanes. De todo.
Se sube en dos fases, hay que transbordar de elevadores. Ya la primera es toda una experiencia mareadora. Por desgracia, había bruma y para colmo la cámara estaba de achacosa. Pero lo peor fue el frío. El pinche frío que se empeñaba en contradecir el calorcito que siempre se siente cuando el panorama te hace sentir que vuelas. Pinche frío y yo con ganas de bajar para ya no sentir que las orejas se me caerían en cualquier momento.
Por la noche, caminando de regreso a la estación del tren, me iba cuestionando: ¿Y después de esto qué? Tanto monumento, tanta magnificencia, tanta historia, tanta ciudad luz, tanta vejez de la rancia Europa y yo sintiéndome como vacío.
En algún punto de su desarrollo la vida aquí se detuvo, pero no en un detenimiento encantado, sino en una inercia que inevitablemente la está llevando al desmoronamiento. París se muere, es un hecho. París no da más de lo que ya ha dado. Lo delatan sus habitantes, que se empeñan en afearla. Sus turistas que la desgastan a golpe de tacones, botas, tenis, zapatillas, sandalias. La cuartean sus adolescentes valemadristas y bravucones, que hacen del abigarramiento estético su forma de reafirmación. Lo dicen las bolsas de basura a cada pocos cientos de metros que a cada rato son cambiadas porque se llenan rapidísimo. Sus iglesias que son primorosas pero menos visitadas por la feligresía que por turistas.
A menos que me equivoce en mis impresiones, a París se le debe visitar porque es una obligación de todo viajero que se precie de serlo, pero habrá que atenerse a las consecuencias.

viernes, 30 de octubre de 2009

Gare St. Lazzare

París es un desmadre multiracial. He visto un flujo incesante de franceses, latinos, negros en todas las gamas cromáticas de la piel, asiáticos, japoneses europeizados, europeos exotizados, gente que se corresponde con los inevitables estereotipos; los flacos con barba de tres días, nariz ganchuda, bufanda, boina y pipa. Mujeres negras bamboleando sus carnes vestidas de colores chillantes, rubias espectaculares, niñitos blancos de ojitos claros con sonrisas angelicales. Góticos con todos y cada uno de los accesorios que dicta el canon. Ya me había acostumbrado a los audífonos discretos pero aquí están en su apogeo los de tipo locutor. Se fuma de manera peligrosa, se gorronea el tabaco a diestra y siniestra. Los pedigüeños hacen gala de simpatía, son muy jóvenes. Los mendigos llevan perros con correa y todo. Sus maletas están a buen reguardo encadenadas a los postes. Hay activistas del medio oriente repartiendo periódicos. La televisión transmite Al-Jazira.
Se entrecruzan los idiomas, las parejas son interraciales, son como de aparador.
Aquí me han prevenido mucho con respecto a la cartera, la cámara, la mirada y las actitudes. Abundan los uniformados, gendarmes y militares.
Viendo a tanta gente, tan distinta y tan de prisa, me pongo a pensar: ¿Qué podría contar que le interese a toda esta masa humana? ¿Qué espectacularidad pintar, construir, diseñar, que les llame la atención?
Hay ciegos con perros, adolescentes con scooters y patinetas, inválidos con sillas motorizadas, trajeados con palms y blackberrys, jovencitas con ipods diminutos y audífonos enormes.
Me ha sorprendido la cantidad de motonetas estacionadas por todos lados, los kilos y kilos de colillas que como alfombra están en las aceras.
Si en Polonia me fascinaban las delicadezas femeninas de rubios cabellos y cristalinos ojos, aquí me tienen arrobado estas negras espectaculares enormes, carnosas y cuyos tonos van del café violaceo al chocolate ambarino.
Musulmanes, judíos, hindúes, afrocaribeños, españoles, italianos. He visto veinte formas distintas de ponerse la bufanda sin dejar la masculinidad. Gorros, gorras, boinas, sombreros, topis, tocados, mascadas, pañoletas. Peinados, copetes, rastas, trenzas, colas de caballo, pelucas, calvas, carretes, peinados de salón, rizos, rulos, chinos, lacios, mohicanos, emos, metaleros. Lentes, gafas, anteojos, monóculos, pupilentes, miradas que matan, bizcos, miradas extraviadas, lunáticas, alcohólicas.
Gente que conoce a tanta gente. Gente que amolda sus intereses a cientos de contextos culturales muchas veces contrastantes.
Tanta, tanta gente.
Los días anteriores, después de por fin lograr comunicación con Gonzalo, de establecerme en su departamentito en el cercano pueblo de Pontouise, y de prometer que no le sería una carga, me da por venirme a París a simplemente caminar y caminar.

jueves, 29 de octubre de 2009

Auschwitz

¿Cómo exponer el dolor existencial que nos deja pisar este sitio? ¿Cómo dejar asentado el shock que me supone el ver tanto turista?¿Cómo interpretar las caras sonrientes de las nuevas generaciones de judíos que visitan el lugar donde sus abuelos diluyeron para siempre la sonrisa en sus ajados rostros y se toman fotos todo poses? ¿Cómo dejar de lado esa sensación de buitredad que experimento cuando veo que hay documentos impresos en practicamente todas las lenguas del mundo? ¿Cómo conciliar la áspera y dolorosa reflexión y culpabilidad y respeto que impone el saber que en este lugar incineraron a varios millones de humanos y luego veo por todos lados rostros petreos fumando como si de un hecho trivial se tratara?
Algo se me aglutina, me contrasta, me sobrepasa; algo no se acomoda en mi ánimo ante todo lo que presencio.
Algo se nos monta a la espalda y nos eriza la nuca y nos nubla con tonalidades macabras la mirada ante la misma entrada del campo de concentración más tristemente conocido del mundo y por el que los desconocedores de la historia insisten en marcar a Polonia como una asesina de Judíos.
Esa última es la queja de un polaco que nos sirve de guía.
Recorremo
s los caminos entre edificios restaurados con los mismos materiales que formaban los edificios originales. Entramos a galerones donde tras opacos ventanales se exhiben los testimonios de la presencia de seres humanos. En un sitio hay zapatos. En otro hay cantidad de prótesis. En otro más anteojos, juguetes, trastos de peltre, ropa de niños. Un cuarto exhibe cabello humano que una textilera alemana usaba para confeccionar telas. Un rollo de esa tela también se exhibe ahí. Hay fotografías colocadas en varios muros de la gente que por aquí pasó. El guía nos explica a grandes rasgos porque hay que avanzar rápido y no toparse con una delegación judía que viene tras nosotros.
Muchas de las salas es preferible no mirarlas, mi morbo es soslayado por mi incomodidad.
Afuera, en el terreno abierto, el sol se asoma tibiamente otorgando un poco de fría luminosidad. Mis compañeros se agregan al panorama. Es poco lo que comentar. pero nuestros rostros están diciendo demasiadas cosas.
Ya queremos irnos de aquí.












Cracovia es una postal intemporal

Está detenida en el tiempo. Cracovia se parece a los cuentos que veía en los calendarios que mi mamá se negaba a tirar aunque fueran de hace diez años. Cracovia recibe a estos mexicanos estruendosos a través de un tren que atraviesa durante dos horas y un poco más la campiña polaca. A cada tanto veíamos pequeñas villas de casitas encantadoras, de tejados rojos y campos de repollo. Walfred y un servidor no dábamos a basto con las filmaciones y las fotografías. En Cracovia hasta la estación de trenes tienen ese encanto de lo mágico. Incluso, en la placita donde nos separamos para cada quien hacer sus respectivas compras, Maja dijo que nos veríamos bajo el farol de Narnia en punto de hora y media. Narnia, Cracovia, lugares mágicos, místicos.
Llegó un sujeto en una camioneta verde que no era el mismo que nos prometió llevarnos a Auschwitz. Bromeamos recordando la horrible suerte de los jariosos aquellos de Hostal dejando la zalea en Europa del Este. Pero aún así subimos a la camioneta y nos dirigimos al recuerdo trágico que ha hecho de Polonia tristemente famosa por el holocausto.
Cuando regresamos del inquietante paseo por Auschwitz dimos aún un recorrido por los alrededores de la ciudad. Comimos en un pequeño restorán judío y visitamos una tienda de discos y regalos. Me encontré con un estante atiborrado de discos de metal polaco. ¡El death Metal en su país de culto! Le recomendé a Neftalí unas cuantas bandas y yo adquirí el más reciente de Behemoth, que planeo añejar en un estante de mi fonoteca a la espera de un mejor año de subasta, a la usanza de los que guardan sus juguetes sin abrirlos.

Bienvenida Parisina

París me recibe de noche. Llego al aeropuerto de Beauvois, tomo un autobús y me duermo en el trayecto. Chale. Pero cuando ocasionalmente despierto la impresión inicial de lo que veo no contribuye en nada a emocionarme. Es un paisaje nocturno, y de noche todos los gatos se ven pardos, pero es que lo que veo es como cualquier carretera, cualquier ciudad y por un momento me pregunto si no habré llegado a México en un descuido de la memoria.
En total me hice cuatro horas y media desde Polonia hasta la parada del autobús aquí en París.
A las diez y media de la noche, todo cansado, con la maleta a rastras, sin la eficacia de los números a los que llamar, de plano me meto en el octavo hotel que visito a pesar del escándalo económico que me supone pagar 80 euros por la noche.
Uno que no sabe prevenir contingencias de este tipo.
Después de dejar a resguardo la maleta salgo a caminar un poco y a orientarme. Quizá esto sea tan caro porque estoy a pocas manzanas del Arco del Triunfo, Hago apuntes mentales sobre mi itinerario de mañana. No puedo evitar el desagrado y la desilusión al mirar la cantidad de basura que hay en las calles. Los restaurantes ya casi están por cerrar, apenas van a dar las doce de la noche. En el bolsillo traigo, después de haber pagado el bus, una tarjeta de teléfono público y una moneda perdida, 9.50 euros.
Mañana buscaré donde transferir el dinero americano que traigo.
A Gerson no he podido ubicarlo, sé que está aquí. A Gonzalo aún no le marco, no tengo claros su número ni las claves para Francia.
¿Y las fotos? se las sigo debiendo, ya la cámara está al tope pero hay que tener paciencia.

miércoles, 28 de octubre de 2009

El bajón de la soledad en tierras desconocidas

¿A quién se le ocurre andar tristeando por una ciudad donde apenas ayer salió el sol, arrastrando la maleta y sintiéndose abandonado?
Pues a mí.
Es una de esas raras manías que a cada cierto tiempo se me ocurre ejecutar. Ni pedo, asi es uno y a estas alturas de la vida ya no las quiero modificar.
Anoche dormí en otra casa; ya era mucha la lata que les daba a Iwona y Franek. Cierto es que procuraba no estar ahí todo el día, pero es que llegar a horas avanzadas de la noche tampoco era como para prolongar más la estancia. Les dejé algo, no lo adecuado pero lo hice con agrado. Y hoy, con la pena y todo, me encontré a Iwona en el Instituto Cervantes. Chale. Yo que le había dicho que ya a las seis estaba fuera del país. Por cierto, todo este tiempo he olvidado comentar lo raro que es que a eso de las cinco el día comienza a desvanecerse para dar paso a una brumosa oscuridad. También que por lo menos cuatro veces llovió con una lluvia pertinaz que a nadie excepto a los desprevenidos parecía molestar. Alguien me comentó que aquí llueve igual que en México; la diferencia radica en que aquí es una lluvia lenta, sosegada y constante que dura horas o el día completo, mientras que en México es así: CCHHUUAA!! y luego hasta el sol sale.
Cuando salí de la casa de Franek e Iwona tomé el autobús, ya con todo el equipaje, sin saber bien a bien a donde dirigirme. Como una especie de costumbre desarrollada fugazmente, me fui a la calle Nowy Swiat. Recordaba que por ahí cerca de la Universitat estaba un local de internet y ahí me fui a sentar, deseando que el tiempo sufriera una especie de colapso que comprimiera las horas nocturnas y me depositara ya en la víspera de mi vuelo. Estuve tonteando un poco con ese teclado que no se parece en nada a los que acostumbro manipular en español. Las teclas no daban los signos que esperaba y aquello era tantear y escribir todo mal. Por fortuna me encontré a Ania, y la luz se hizo en mi mente; entre juego y juego, comencé a insistir en pedirle halojamiento o compañía para las horas en que realmente me sentiría desolado y miserable. varios minutos de estira y afloja hasta que conseguí que se acercara al centro de la ciudad para por lo menos tomar un cafecito en esta nocturna osadía mía. Logré convencerla de dejarme dormir en su casa. Quedamos de vernos en algún punto a la redonda de la casa de cultura.
Así que ahí estaba, de noche, con el suelo lleno de charcos, con la maleta puesta en un sitio desde donde no la perdiera de vista mientras a ratos me sentía bobo e intentaba aparentar liviandad brincando los escaloncitos. A estas alturas ya tenía cierta familiaridad con la puntualidad de los polacos, por lo que pasados unos diez minutos de la hora de encuentro ya estaba francamente preocupado. Pero finalmente llegó. Ania entonces se me hizo una estupenda mujer, le agradecí mentalmente y me juré que haría todo lo posible por no resultar incómodo esta noche.
tomamos otro autobús, nos alejamos del centro de Varsovia, y al llegar a su casa me presentó a a su mamá. La señora no habla nada de español, pero sabe muchísimo sobre el polaco, es filóloga o algo por el estilo. Se sorprendió por mi nulo conocimiento de los más importantes dramaturgos polacos e insistió en hablarme de Witold Gombrowitz, su máximo. Además me preparó una opípara cena "mexicana", la cual me apremió a comer en espera de mi veredicto autorizado. La verdad es que no conocía este guiso, aunque su sabor me convenció; además, no me iba a poner melindroso después de este recibimiento. Y aunque todos ya teníamos un sueño mortal, me pasé casi cinco horas satisfaciendo la curiosidad de la mamá de Ania con respecto a México. la que más padeció fue Ania, ya que tuvo que hacer las veces de traductora. Y me resultó chistoso porque la señora preguntaba algo, yo contestaba con todo un párrafo explicando datos, cifras, estadísticas e historia de México y entonces Ania le decía en polaco: "Dice que si". Luego la señora preguntaba algo que a Ania le resultaba muy obvio o elemental y la reconvenía, como diciendole: mamá, eso no vale la pena preguntarse. y entonces la señora insistía y a Ania no le quedaba más remedio que hacerme la pregunta. Y lo mismo, yo contestaba largo, largo y Ella le decía a su mamá: "Dice que no".
Por la mañana desayuné rico, La mamá insistió en su hospitalidad polaca y se disculpó por no haber atendido mejor. Me despedí de Ania, caminé rumbo a la parada que me describió y en el camino me pregunté si extrañaría estos árboles que flanquean con sus hojas doradas cada edificio de diminutos apartamentos que conocí en Varsovia. Cada vez se acerca más la hora de salir de Polonia.
Ya sé, ya sé, les debo las actividades del domingo en Cracovia y Auschwitz. Pero es que estoy aterrizando las fuertes emociones que se me avalanzaron en esos lugares, además, por el momento no tengo manera de descargar las fotos y videos. así que se aguantan hasta que esté en posibilidades.
Y sale, voy a seguir jalando mi maleta con cara de sufrimiento rumbo al aeropuerto.


Agregado número Uno
Ya en el aeropuerto, dormí un poco con un libro entre las manos. La maleta no daba el peso y tuve que destriparla en un rincón para acomodar lo más que cupiera en la maleta de mano. Exactamente cinco kilos de libros soportados por mis hombros adoloridos pero aquella cosa pasó la banda delatora. Abordé el avioncito de wizz, ahora sí con escalerita al aire libre y todo. Tomé el asiento del pasillo, volví a colgar el pico pero un par de polacas no paró de cotorrear y reír y encender y apagar las luces, así que por más que alguna parte de mi cuerpo me reclamaba un poco de desconexión, no hubo manera.
así que molesto y todo, unas dos horas después, escuché con verdadero alivio el gorjeo de una azafata que, en polaco y mal francés, nos agradecía a los pasajeros por haber viajado en wizz, que volviéramos pronto y que nos la pasáramos a todo dar en Francia.
Ojalá.

lunes, 26 de octubre de 2009

Polonia comunista




Agnieska nos preparó una caminata por exactamente las mismas calles que ya reconocíamos de tanto andarlas. Pero eso de caminar sin referencias no es nada sino hasta que alguien te va contando pelos y señales e historia de los edificios. como que con el conocimiento a la mano todo adquiere una nueva dimensión. El por qué los edificios se ven grises, por qué tantas ventanas parejitas, qué significa tal o cual escultura. Quien mató a quien en qué esquina. Cual es nuevo y cual es de la segunda guerra mundial. Así, caminar fue menos fastidios.

Lo que más me gustó de esta jornada es que conocimos el concepto de los bares lecheros. Las fondas comunistas semi subsidiadas por el gobierno. Claro que había opiniones contrastantes, pero en mi caso, si hubiera sabido que esa fachada sobria tenía estos precios y estas cantidades y estas variedades, habría sin duda venido a diario.

Comimos de postre la versión del miguelito polaco. Es en realidad un chocolate.



Ah, por cierto que por la tarde fuimos a una chocolatería. todo es chocolate, ni cres que hay otra cosa. TODO. hasta esculturas de chocolate en el aparador.


Viernes

Caray, a estas alturas del lunes y apenas voy a poner lo que recuerdo del viernes.
Pues nada, que para este día ya eran cuatro los machines con morra polaca. Y uno de ellos me invitó a rolar con su chava por los cafés del centro en lo que llegaba la hora de las despedidas oficiales. Creo que me quería presumir.
Por la tarde nos fuimos encontrando un tras otro en diferentes puntos, a cual más con unas caras de resaca que no podían con ellas.
Acuñamos un nuevo verbo: Adelaidear.
La despedida al principio fue todo sonrisas y todo buenas opiniones y agradecimientos y esas cosas que se hacen fastidiosas hasta que a la voz de Adelaida aquello se convirtió en un gritadero de pena ajena. Los y las polacas que asistieron reían con ternura como cuando vemos a dos bebes tratando de asesinarse a mordiscos de dientes de leche.
Luego salimos, nos dirigimos a la piscin,. donde sería la super fiesta de despedida.
La piscina es, efectivamente una piscina, pero todo el tiempo estuvo prohibido meterse. Yo creo que además a nadie le interesaba porque estaba vacía.
Estuvimos en un galerón chiquito pintado de negro con luces giratorias y... en cualquier parte que he estado los antros son semejantes, así que imaginen el rincón de un estacionamiento acondicionado para la ocasión.
Mucha música mexicana.
Tropical!! argh. Para el curriculum de esos grupos tropichundos está el dato de que su música se baila en Polonia a la menor provocación. La misma canción fue repetida como siete veces!!
Y también en el bar latino el sábado y los otros días!!
El bar latino tiene la disculpa que su dueño es un mexicano que a cada tanto viaja su tierra a escoger material para su antro.
Bueno, entonces, estaba con que en la piscina la gente bailaba y bailaba molotov, Mano chao, los grupos estos de tropi, Tito Puente, Celia cruz, julieta venegas y más.
Sobre una mesa pusimos todos los bocadillos que trajimos. Unas tlayudas duras sin nada encima que walfred trajo eran masticadas con cara de: "oh, comida mexicana". Ja ja. luego, alguien repartió chapulines y así por lo menos el taco de zezetle era más tragadero.
Paletitas, chilito, miguelitos, pelones, tamarindos, alegrías y otras golosinas volaron. Se bailó, se rió, se manoseó, se vomitó... no, bueno, eso ya no alcancé a verlo porque el cansancio y la lejanía de mi hospedaje no eran para dejarse a la ligera.
El sábado, bueno, luego les cuento.

Anexo 1

En las últimas horas de esta semana atareada, en las siempre postergadas despedidas, nos reunimos en un discreto café de la calle NowySwiat. Ahí nos entretuvimos en relatar nimiedades ante la incomodidad de ponernos emocionales. Jorge estaba muy nervioso. Sofía, que fue su anfitriona había prometido llevarle el equipaje. Pues resulta que aquella ya tardaba demasiado con el equipaje en cuestión y Jorge se iba poniendo cada vez más nervioso. Los timbrazos en los celulares contribuían a aumentar la tensión. Afuera la pertinaz lloviznita seguía en su terquedad. Yo me había quitado por fin chamarras, suéteres, gorros y por fin me relajaba un poco. Incluso solté por fin mi cabello, lo llevaba suelto después de ver las fotos de días anteriores donde por más que lo intentara atar en coleta, acababa super despeinado. Era la hora de la partida de Jorge y Sofía no aparecía. Neftalí y yo nos ofrecimos a salir a mirar las paradas del transporte público a ver si estaba allí. Nos confundimos un par de veces, fuimos hasta otras estaciones, desandamos el camino y ni rastros de Sofía o de las maletotas rojas de Jorge. Los teléfonos aseguraban que ella estaba ahí en la parada, pero no dábamos con la bendita estación en que ella también se desesperaba. De plano ya andábamos todos corriendo de acá para allá. Jorge con la cara roja de ira, maldecía y se mesaba los rizos. Maja que nos corregía la dirección por el celular y cuando ya estábamos por estallar, finalmente la encontramos. rápidamente fue conseguido un taxi, subimos las maletas de Jorge, las despedidas se sucedieron en un atropello desesperante y de último momento decidí subirme también al taxi. No quería confesar ante ellas, que yo no había comprado aún mi boleto de avión. Y aunque Sofía me lanzó una mirada asesina no pudo impedirlo así que nos fuimos derrapando llanta.
Ya en el aeropuerto, ya con Jorge tranquilo, con su equipaje en el checkout, finalmente las despedidas fueron más tranquilas, más como se supone que deben ser: todo abrazos, todo buenos deseos, todo felicitaciones.
Una vez desaparecido Jorge, me quedaba poner mi pose de despreocupación y acudir a la ventanilla de pasajes. Sofía quería regañarme por mi imprevisión, pero no se lo permití. simplemente se limitó a ayudarme a cambiar unos dolares más a slotys y traducir a la chica de la ventanilla.
Listo, ya podía yo también irme de Polonia... Hasta otro día.

No, no hay duendes

Qué le vamos a hacer.
Eso sí, me contaron una anécdota sobre los trolls escandinavos. Dice así:
Los pueblos escandinavos eran endogámicos, o sea que dificilmente se relacionaban con otros pueblos, por lo que sus genes eran muy poco variados. El resultado de esa poca variación genética eran niños con retrasos mentales, con malformaciones genéticas y cosas por el estilo. Como matarlos así nomás habría sido una cosa gacha, aquellos que descubrían el mal de su hijo lo resolvían abandonando a la criatura en el bosque. Si el ser aquel sobrevivía, llevaba una vida salvaje. Como los casos eran muy frecuentes, aquellos que lograban establecerse en el bosque con su incapacidad y sus pocas luces a cuestas, se hacían cargo de los nuevos niños lelos que llegaban. se fueron haciendo así una especie aparte, mugrosos, descuidados, salvajes y cuando llegaban a los caseríos, solían hacer desmadres: mataban a las ovejas, robaban granos, destruían cercas y techos y un montón de tropelías.
Para mantener a raya la curiosidad de los niños sanos, comenzaron a contarles historias extraordinarias acerca de los retrasados aquellos dando como resultado el mito y las leyendas de los trolls.
¿Eh, como la ven?

De divinidades y humanidades





Los maestros Europeos intentaron dramatizar la feminidad en aras de una divinidad. Aquí hay una humanidad con el drama de una divinidad



























Pero por otra parte, el arte del pin up y el fashion están de moda también y aquí están representados.





sábado, 24 de octubre de 2009

Jueves

Ah, el sabroso jueves y sus avatares y casualidades.
Pues resulta que la noche del miércoles Maja nos dio instrucciones puntuales acerca de lo qué hacer al día siguiente. Creo que se iban a ir de pata de perro al barrio obrero de Praga y no habría actividades hasta las tres.
Pero como al día siguiente, después del destanteo de una dormida poco reparadora se me fue el avión, pues consulté el progra y me encontré con que a las once estaba programada una lectura en la Facultad de... esa.
El caso es que llegué más o menos puntual (Bravo!), y al entrar al salón me lo encontré vacío. Bueno, un profesor y Gerardo Beltrán, aquel poeta que lleva dieciocho años viviendo en Polonia y que a la sazón trabaja en la Universidad, y que el día de la recepción estuvo con nosotros en el almuerzo que organizara alguien de la Universidad.
Pues este personaje, que según dijo, había venido tres horas antes de su cátedra para vernos y escucharnos, al ver la ausencia del resto de la delegación mexicana, me invitó a quedarme y dar una charla a sus alumnos. Yo me dije: ¿Por qué no? A eso vine.
Total que esperamos a que nos dieran la una, salimos de su oficinita de traducciones, rodeamos el edificio, caminamos por los jardines de la universidad, nos sumergimos en la oleada más completa de mujeres bellas que había sortaedo desde mi llegada y finalmente llegamos a su áula, donde durante hora y media, sus alumnos fueron los míos.
Ahí hablé de mi trabajo, de la literatura contemporánea mexicana, de la literatura en lenguas originarias, de los ensambles, las libretas, el trabajo comunitario y leí, y reí, y discurseé, y cuanta cosa se me ocurrió pero llené ni más ni menos que TODA UNA CÁTEDRA a estudiantes universitarios polacos.
Caray, que sabrosa sensación.
Luego el detalle de que este Gerardo me ayudó a vender libretitas y libros y moneniques; además de que me endulzó la oreja con que me darán un documento que certifique vine a Polonia a dar cátedra a la Universidad, que hay la posibilidad de ser traducido al polaco, y que deberíamos hablar de publicar jóvenes artistas polacos, y un montón más de proyectos que espero no se me desmoronen.
Pero creo que lo mejor de esto es que todo el tiempo estuve pensando: Muérete Adelaida, esto es algo por lo que tú hubieras dado... Bueno, Adelaida estará verde de envidia porque seguramente quien debe dictar cátedras es ella y los demás somos unos pendejos.
Por la tarde nos reunimos algunos de los que aún tenían pila para seguir deambulando en la ciudad. Y ya por la noche, envalentonado por el superficial conocimiento que he adquirido en materia de rutas de regreso a casa, me animé a caminar. Recordé que allá en Tlaxcala solía regresar hasta Texcacoac caminando, trazada mentalmente una ruta rectilínea, y calculando que el trayecto consumiría poco más de una hora y algo de energía ganada merced a la ingesta de cerveza. Todo fue bien en tanto estaba en las márgenes del Vístula. Miré y admiré los trabajos monumentales de los constructores de este puente, que se afanaron en poner a cada tanto del trayecto pequeños nichos que hacen las veces de postas para caminantes. Estos nichos conectan con escaleras de caracol que desembocan en las calles paralelas al río, unos metros más abajo. Pero una vez que traspuse el río, y ver que la bruma había aumentado ostensiblemente de densidad, la cosa se comenzó a complicar. Por momentos recordé aquella literatura inglesa que tiene como un personaje más a la bruma. Comprendí que ciertos escritos están condicionados en su forma y en su fondo por las circunstancias físicas y geográficas de quienes los han perpetrado. Hasta ahora, por ejemplo, no habría podido escribir nada que incluyera esta bruma y la sensación aprehensiva que me genera. Hace que sienta una especie de miedo cuando a la distancia veo borronearse una silueta. Entonces siento ese vértigo de temor de que sea un criminal, un asesino dispuesto a destripar al primer ser viviente que se cruze en su camino. Allá en México, en una situación similar podría esperar que lo que se me aparezca sea un policía que al amparo de la noche me extorsione, y en última instancia me lleve detenido para después exigir ese rescate legalizado que es la multa por andar en horas sospechosas en una calle vacía. o una bandita de gandallas que aparte de ponerme una madriza se quieran ver más malditos dejándome una marca de charrasca en la cara o en la espalda.
Caigo en la cuenta de que el trayecto ya se ha prolongado más de lo que había calculado y reviso mentalmente el recorrido del autobús. Creo que definitivamente esta calle no la he recorrido, creo que en algún sitio no di un quiebre, o que no tomé en cuenta una curva, o que cualquier cosa pero es necesario regresar hasta donde me sienta familiarizado y de ahí tomar otra vía.
Por fin, después de encontrar la ruta correcta, llego a la casa de mis anfitriones y lleno de pena por la alta hora, no ceno, no me baño, no me conecto al internet, ni siquiera extiendo el sofá ante el ruido que hace y prefiero simplemente hecharme a dormir vestido como estoy y únicamente quitándome las botas. Ya mañana sabré si estoy cansado o no.

Olvidos por apresuramiento

¿Qué me he olvidado de comentar?
Creo que es casi todo. Uno puede esmerar se en retratar palmo a palmo el día a día, el minuto a minuto, el segundo a segundo. Pero es imposible. No he comentado por ejemplo que las aceras aquí son muy bajas, que los coches se estacionan sobre ellas, que en los cruces se detiene si el peatón se lanza a la brava.
No he comentado que todas las noches me estuve trasladando de una a otra orilla del Vístula, porque, si bien el centro de Varsovia es pequeño y se puede llegar a él desde cualquier dirección, también es cierto que las Rondas me desorientan de una manera que me hacen preocuparme por mi sentido de la Ubicación. Ya los días anteriores me había extraviado por alrededor de varias manzanas. Y por más que me esfozaba, siempre agarraba la calle equivocada. para colmo, los mapas bajados de google no me ayudaban mucho, aunque definitivamente andar sin ellos habría sido peor.
¿Qué más? Pues que la comida me gusta, que las bebidas (creo que esas más o menos las he descrito ya, por lo menos las que he probado).
Pero siguen habiendo temas que no he tratado.
Les propongo algo, pregunten, y si lo he visto, les contesto, si no, se esperan a que me llegue el tema.

jueves, 22 de octubre de 2009

Miércoles

Estoy tan cansado.
Esa ruta maratónica que Maja ha diseñado para las diferentes actividades está acabando con la resistencia de la mayoría. Comienza a fastidiarme el despertar y ver a través de la ventana de este décimo piso el cielo nublado, las gototas de rocío sobre los tubos del balcón, tener que ponerme uno tras otro suéter, chamarra y gorro. Y justo caer en la cuenta de que la temperatura era agradable en la habitación cuando recibo en la cara la ráfaga de aire frío y esa pertinaz llovizna. Me sigue friqueando llegar tarde a los eventos por más que me apuro. No soy el único ni el más impuntual, pero sí me saca de onda. Ayer, por ejemplo, la cita con el embajador estuvo bien, con excepción de tres compañeros que no asistieron, ya fuera por extravío o por tardanza.
El sujeto es muy labioso, dirían en el pueblo. Tiene la habilidad de mostrarse interesado en todo lo que hacemos, pero no sé por qué no le creo. Es un sentimiento que todos compartimos. En fin. Café, galletas, té, fotos por aquí y por allá, intercambio de folletos y promesas al ambiente de que algo se podrá organizar en un futuro cercano y después: “Las puertas de la embajada se cierran en cinco minutos y los perros serán soltados”.
Al salir de ahí fuimos a comer (¿comer después de esta abundante botana?)
Un centro comercial a la salida de la estación de trenes de Varsovia. Fast food polaca salpicada con coca cola. Imágenes contrastantes que me dan ideas para exposiciones fotográficas allá en el terruño.
Más caminata. Ya no siento los hombros, aún siento la vejiga llena. El Café Cycloza es aquel donde estuvimos la noche del lunes y ahí en donde cayeron las primeras polacas en los brazos de los parranderos mexicanos. Ahí es donde mis hospedadores me leyeron la cartilla, ahí es donde Gerson perdió la conciencia y la cartera. Ahí es donde salieron a flote las personalidades de los demás. Ahí estaba el argentino influyente en el Bar Latino que hasta este jueves no he conocido y que los demás comienzan a querer como su solapador en materia de ligues. Y ahí estaba de nuevo esta urraca discurseadora que es Adelaida. No acaba de enfurecerme, pero tampoco me siento a gusto con su necesidad de acaparar la atención y explicarle a todo el mundo la magnificencia de su obra, la que está diseñada antropológicamente para trascender el paso del tiempo y las fronteras culturales, y convertirse así en la quintaesencia universal.
No mames, está muy pirada la mujer esta. Tiene pedos existenciales provocados por su traslado abrupto a Suecia, donde por cierto ya es una celebridad. No lo hemos corroborado, pero seguramente ha de ser nuestra culpa, incultos aislados de la información. Argh.
Me di el lujo de pararle los tacos a otro pretencioso oriundo de The Jump, Jalisco, que ahora vive en Teksas y estudia una maestría en algo importante para su ego. Soy ridículo, lo sé y no me importa, porque ahora mismo me interesa equilibrar mis gastos, que entre el martes y hoy se han disparado, con mis ingresos, que llegan a cuentagotas.
Del Cycloza (el nombre tiene que ver con bicicletas, y la mayoría de sus clientes efectivamente llegan en bici), nos fuimos en otra caravana atropellada al Instituto De Estudios Iberoamericanos. Ahí si me dio gusto ver el salón atascado de gente. Bueno, la primera fila era de puros compatriotas, pero el resto era un público atentísimo. Todos los escritores nos dimos vuelo. Una, dos, tres rondas de lectura y aquellos no se largaban. Los cuentos de Miguel son la neta, buenísimos, ingeniosos, gran dominio de los juegos de palabras. Neftalí leyó uno que también me impresionó: “Yo merezco esa bala”. Carmen, Julio, Israel, Adelaida y los demás leyeron uno tras otro sin aburrir a nadie hasta que, de nuevo, Adelaida comenzó a atosigar a los asistentes con su insistencia en el conocimiento de las estructuras compositivas de un poema, a riesgo de no comprender su intrincado mecanismo de permeación en la psique del individuo, dando como resultado una apreciación reducida y por lo tanto trunca del goce emotivo visceral.
Vamos, que eres pendejo si crees que te gusta un poema cuando no sabes de qué manera ha sido estructurado.
Ahí se fue a la mierda todo. Hubo que salir del instituto porque además eran las ocho de la noche y ya no había nadie.
¿Y qué creen? A caminar. De vuelta al centro cosmopolita de Varsovia, a una cena en no sé qué prestigioso restaurant business class donde sirvieron madrecitas de fuerte sabor. Sushi, escalopas, fungis, pierogis, y una cosa verde áspera y horrible al paladar. Los vinos duraron hasta que por lo menos tres estaban cabeceando. Adelaida se dio vuelo faroleando y firmando su texto de Polonia imaginada a los incautos jovenzuelos de saco y corbata de diseñador que logró convencer de su divez. Miguel y Neftalí se desaparecieron, ansiosos de caerle al bar latino. Israel no daba abasto en el faje con su polaca. Felix, Mario, Walfred, Konrad, Maja, Joaquín, Sofía, un servidor y otros resistimos hasta la última copa libre de la barra y entonces hubimos de salir del restaurant, donde la anfitriona se había cansado de lanzarnos sonrisas forzadas presionada por los trajeados que seguramente la atosigaron toda la noche por culpa de esos mexicanos bulliciosos.
A eso de la medianoche, ni modo, a pagar los treinta slotyz de taxi para regresar a donde me estoy hospedando. Y ya.
Qué cansado me siento.

martes, 20 de octubre de 2009

Me han preguntado ya demasiadas veces qué es lo que me gusta de Polonia. Y a cada pregunta contesto siempre algo diferente pero siempre digo la verdad. O bien que me gusta que el clima no me sea tan sorpresivo. O tal vez que la gente con la que me he topado es amable, educada y consciente. O quizá es esa intención de ser recto y honesto. Otras veces he contestado que son la infinidad de mujeres que me hacen sentir como atravezándome en la pasarela. Y luego repito el lugar común de que son los ojos claros los que se me convierten en una gelatina donde en cualquier descuido me podría asfixiar.





Ayer por ejemplo, charlando con Cármen Ávila, de Coahuila y Neftalí Baez, de Guanajuato, les solté el añejo tema de los hipócritas aquellos que cuando les preguntas qué parte del cuerpo de una mujer es lo primero que ven, contestan: los ojos, cuando todos sabemos que son, o las tetas, o las nalgas, o las piernas. Pues en estos casos, efectivamente, son los ojos los que más he tratado de espiar. Son unos ojos enormes, profundos, asombrosamente claros. Son de una irrealidad que procuro tampoco mirar demasiado tiempo porque temo acabar siendo diluido en esa sugerencia de ficción.
Ser turista te obliga a repetir pasos ya caminados. Ser turista te designa como visitante a fuerzas a ciertos sitios. Ser turista a veces no te conviene. Pero el mártes, a eso del mediodía, entramos al museo nacional de Varsovia, a ver la que para mí fue una increible lección de maestría en pintura. Previamente había comentado con varios miembros del grupo que la trascendencia de un artista tiene que ver con un arduo trabajo de años de experimentación para alcanzar tal calidad de efectos, de luces, de tonalidades y de composición. La trascendencia de estos maestros tiene que ver más con su compromiso a sí mismos que con una calculada intención de inmortalidad, como pretende una ponente que horas antes había ocupado la silla y el micrófono.
El artista que piensa en su trascendencia universal antes de que sea su trabajo el que así lo determine, tiene la mitad de la batalla perdida.
Pero para qué doy lecciones, mejor aquí les dejo unas de las miles de miestras que en el interior de este museo hay.
Salas y salas, a cual más rezumantes de grandeza, y que es un crimen visitar en tan solo hora y media.
He de regresar las veces que sea necesario.

Bruma que se engulle a una ciudad





la noche del martes, rumbo a la presentación multimedia de varios de mis patrocinadores, en un café ecléctico. No ubiqué las direcciones ni los datos de estas fotos, pero que más da. aquella sensación de nieble se vería aumentada más tarde, hacia la medianoche con una pertinaz llovizna que acabó por desorientarme y me hizo perder el último autobús. tuve que pagar taxi y llegar a colgar la chamarra y la sudadera cerca de las tuberías de radiador, siempre calientes.

lunes, 19 de octubre de 2009

El ansiado inicio de actividades

Este ha sido un día de noventa horas. Han pasado demasiadas cosas, demasiadas emociones, demasiados cambios en mi percepción de las cosas que no sé si podría en su momento aterrizar para que ustedes lleguen a sentir lo que yo.
De entrada, han sido tantas las ideas que me han pasado por la cabeza que a estas alturas muchas se han largado a tomar mejores y menos alcoholizados aires.
Esta vez llegué puntual a la Universidad. Otros fueron llegando a medida que los minutos ponían más nerviosa a Maja, quien había invitado hasta al embajador de México en Varsovia. El saloncito donde se haría la presentación y la bienvenida oficial era como muy pequeño, lleno de caras expectantes y sonrisitas angelicales. La directora de la facultad estaba acompañada de un profesor mexicano que lleva bastantes años aquí. Por alguna razón me desilusiona el hecho de encontrar más mexicanos en este país, que suponía (pretensión de primerizo) practicamente inaccesible. Se dieron discursos, se alabó la labor de ciertos funcionarios y los escritores pasamos a mostrar nuestro trabajo. Hubo pocas preguntas, alcancé a colocar el poemarito que llevaba y luego nos llevaron a una zona dentro del edificio universitario donde muy buena onda nos habían preparado un desayuno muy sabroso.
Mario andaba cumpliendo años, así que alguien organizó unas mañanitas y por ahí se coló un happy birthday.

http://www.youtube.com/watch?v=JR41wull9iY

domingo, 18 de octubre de 2009

Mural Urbe, esténcil a escala mayor


Llegué tarde al primer recorrido por Varsovia. Me sentí estúpido, esa tendencia a dejar para último momento la asistencia tiene sus consecuencias preocupantes cuando te encuentras solo en la única dirección que reconoces. Caminé unas pocas cuadras pero esa apremiante sensación en la vejiga no dejó que mi aventurada personalidad aflorara. Había por ahí cerca de la avenida donde quedamos de vernos una exposición de rostros de todo el mundo. Las explicaciones estaban en inglés, así que no fue tan difícil entender el contenido. La mayoría de los curiosos eran altos, güeros y estilizados. Me pregunté si notarían mi latinoamericana complexión, y mi moreno color, casi como si formara la parte animada de la exposición de razas. Luego seguí caminando con un cierto temor a perderme. Y ni como hacer el apunte mental de la calle, si todas tenían unos nombres impronunciables.
Después de recorrer varios cientos de metros en una calle paralela a la calle Nowy Swyat (nuevo mundo), me encontré este enorme mural que estoy seguro, al amonio le va a gustar o a sugerir ideas. ahí está. El único pedo es que está inclinado, ni modo, a torcer el cuello.
Entré a una iglesia en remodelación donde había fila de turistas para tomarse fotos junto a una inscripción que dice que ahí está enterrado el corazón de Federico Chopin. Luego tomé el autobús 111, que a estas alturas ya me parece familiar. He aprendido a descifrar los carteles de ruta de las diferentes líneas que pasan por esta parada. Al llegar a la casa de mis hospedadores tenía la intención de preparar algo de comer, pero a mí no se me da eso de sentirme en confianza sino hasta varios días después. Luego, entonces no me quedaba de otra que echarme a dormir. Dormí tanto que para la siguiente cita, nuevamente llegué tarde. En esta ocasión, sin embargo, ya traía una referencia más extendida, por lo que comencé una búsqueda sistemática de la delegación mexicana que consistió en dar vueltas en espiral alrededor del centro.

En una de esas me encontré a un colombiano haciendo activismo con una lonita impresa y un altoparlante. Luego seguí caminado alrededor de la columna de no recuerdo que rey y encontré a un par de peruanos a toda madre. Charlé con ellos con más euforia de la que merecía el encuentro de la raza latinoamericana. Llevan cosa de quince años por estas tierras, han regresado unas pocas veces a su país pero según su versión, en estos años han cogido en proporción de 40 a 1 con respecto a otros tantos años vividos en su país de origen. Así que de pendejos se regresan.
Les conté de mi extravío y muy buen pedo, uno de ellos me prestó su móvil para ubicar a Maja. Ya con al dirección ubicada, me pusieron al cuidado de un polaco de pocas luces que no habla nada de español. Cada palabra que yo le decía la hacía canción y se iba moviendo camellescamente la cabeza seducido por su propia rola unisilábica.
Afortunadamente llegué al restaurante donde estaban tragando como rusos. Todavía alcancé a pellizcar una bigos, una calabaza de pan rellena de menudencias y beber otra cerveza de trigo y miel. Hice chistes malos que nadie celebró pero tuve la desfachatez de colarme a las fotos grupales de cada cámara en activo. Luego salimos todos de ahí haciendo más escándalo del necesario a sabiendas de que nuestro aspecto y nuestro idioma era una especie de defensa grupal contra las miradas de "¡Qué escandalosos."
Al día siguiente comienza nuestra presencia oficial y hay que descansar. A medida que desandamos la avenida Nowy Swiat se van quedando los que se alhojan en diferentes casas. Yo tomo el autobús correcto pero por causas que no comprendo llego demasiado noche a la casa de Franek. Franek me avisa (o me advierte, no logro descifrar el tono), que su novia Iwona regresa al día siguiente de un viaje de fin de semana a Alemania. Me vuelve a sorprender esa facilidad que se tiene en Europa de viajar de país a país sin tantos trámites. Tan sólo recordar que el regiomontano Felix llegó, dejó sus bártulos en casa de Konrad y una mañana se dijo: ¿Y si me voy un día a la República Checa? y se fue y por la tarde regresó. Así Iwona, que en pareja con Franek no viven así que digamos la gran economía, y sin embargo pueden hacer viajes de este tipo.

sábado, 17 de octubre de 2009

2° día

Cabrón. Un consejo de bloggeros profesionales es poner títulos acá, super chidos, que llamen la atención y todo eso. Me vale madre, este es mi segundo día y así lo quiero titular.
Pues resulta que anoche (tarde para ustedes) estuve mandando correos. El departamento de konrad es pequeño y ya había otro mexicano hospedado: Felix Treviño. el canijo andaba de rol por la república checa así que pude acostarme en el sofá, que luego supe era un sofacama igualito al que tengo en casa.
Cené café y galletas, les convidé a Konrad y otro chavo rastudo unas alegrías. Previamente en casa del abuelo de Sofía me tomé otros tres cafés. Konrad es un muchacho bastante buena onda. con él estuve charlando largo y tendido sobre la canción Maldición de Malinche. le presumí que su autor hacía apenas cinco días la estuvo cantando en Totolac, en el festival Arte en vuelo.
Por la mañana muy temprano se apareció Felix, recién llegado de donde se había largado. Me presumió un catálogo de organizaciones checas dedicadas a la cultura y me di cuenta de que se me había pasado algo importante para todo viajero con pocos recursos: a donde vayas, procura llevar algo comestible. Te puedes ahorrar una buena lana al prescindir de los restaurantes. Sacó unos sobres de atún pero le llegamos a los panes y la mermelada de zarzamora del anfitrión.
Luego ambos nos pusimos a dormir.
Más tarde, cosa de las dos más o menos, Konrad me dio la noticia de que ya tenía donde dormir en la noche. Salimos, tomamos el autobús y acabamos en otra zona de edificios altos de aspecto cansado, rodeados de árboles de diferentes colores.
Algo que me llamó la atención es que tu puedes comprar tu boleto por un día o por toda la semana. Al subir al transporte lo metes a una maquinita y te lo sella con la fecha. Luego, en las paradas están colocados los horarios de los autobuses, por lo que la gente puede llegar, consultar la lista del número de autobús que necesita y ya sabe a qué hora tomarlo, sin necesidad de estar ahí las horas maldiciendo al chofer cabrón que nomás no acaba de llegar.
Esta cabinita dice bileter, pensé que ahí se comprarían los billetes pero no, era ahí juntito.
llegamos a otro distrito donde nos esperaba Francisco, que en polaco no acabo de pronunciar pero significa eso: Francisco.
Otro departamento pequeño, con el estilo de muebles que poco a poco me estoy habituando a ver. y con (afortunadamente) conexion a internet.
Charlamos un poco, ordenó una pizza, platicamos sobre comida mexicana, (nada le gusta a este canijo, mucho menos el duo mole-arroz, dice que es casi como caca; se refiere al color y la textura) y más tarde salimos a un minisuper a comprar algo para la cena o en su defecto el desayuno. En los anaqueles de estas tiendas, aunque no entiendas un carajo del idioma, sabes de inmediato qué es lo que vas a comprar. Los colores y el tipo de envases te dan suficientes pistas. El yoghurt, las pastas, los quesos, las latas, las bebidas; todo se parece a las marcas que conocemos allá en México. El problema está en calcular a ojo de buen cubero si aquello te está saliendo caro o vas bien en la compra. Como no llevamos bolsas hubo que comprarlas. cuestan algo así como diez centavos polacos. Es una manera de desalentar el consumo de plástico, lleva cosa de dos años en marcha y poco a poco la gente comienza a adaptarse. ya muchos llegan con la mochila, la cajita y la bolsa reciclada.
De regreso tiramos pestes contra todo lo gringo y ahí hubo material para un buen rato acompañando las cervezas. A este hombre tampoco le gusta la cerveza mexicana, por mucho que presuma la Corona, aquí es considerada una cerveza de mala calidad.
La hora de nuestro primer encuentro con la mayoría de los participantes se acercaba y entonces este cuate me dio sus llaves. ¿Tu le darías las llaves de tu casa al primer extranjero que se te aparece dos horas antes? Yo no dejaría de vigilarle las manos y las bolsas discretamente todo el tiempo. Pero esta gente es así de a toda madre. Muy chidos. Konrad y Sofía, si se hubiera podido, estoy seguro que también me habrían ofrecido sus llaves. Es parte de su educación supongo. De la misma manera que cuando llegamos a una parada Francisco dijo: hemos perdido el autobús por minutos, vamos a otra parada. En la otra siguiente, subimos al transporte, nos sentamos, avanzamos un rato y al bajar le solté la pregunta que me arañaba la lengua: ¿Cómo sabe el conductor que has pagado tu boleto? No lo sabe, me dijo, aquí todos suben y marcan el boleto en las maquinitas. ¿Y nosotros por qué no lo hicimos? Porque yo ya he pagado antes. Y otra vez no pude evitar pensar que si esto lo hiciera en el pueblo el cobrador me corretea. Pero aquí en Polonia parece ser que la honradez y la puntualidad privan.
Encuentro con los otros vatos, abrazos, saludos efusivos, besitos entre las chavas y luego a un cafecito donde nadie toma café. Cerveza a diestra y siniestra. Me sugirieron una cerveza de trigo con miel. En realidad soy malo para distinguir los diferentes sabores y texturas de las chelas. Alguien pidió un ácido de trigo, (otra vez, en polaco me es un martirio escribirlo y pronunciarlo), esta cosa sabe como a sidra con cocacola. A otro más le sirvieron un vino caliente con una rodaja de naranja que a mi me supo a ponche con piquete. Chale, yo y mi incultura en materia de bebidas.
El caso es que después de hora y media de risas estentoreas y cerveza y un que otro bocadillo, salimos de allí. Me tuve que regresar solo porque Francisco se había ido a otro lado, Por eso me dio sus llaves. Insisto, yo ni madres y creo que ustedes tampoco, haríamos eso a la primera. Bueno, el caso es que al llegar ya estaba aquí el muchacho. Le pedí permiso para ducharme y listo, ya me siento fresquecito.
He olvidado comentar esto: en las tres casas en las que he estado es costumbre quitarse los zapatos a la entrada. Una práctica que se me hace bastante sensata porque los pisos son de madera y es una delicia andar en calcetines. la otra razón es que así se evita andar regando mugre por toda la casa. Vale la pena intentar eso. El ahorro en escobas y trapeadores debe ser alto.
De izquierda a derecha: Francisco, Konrad, Sofía y Maja
Bueno, ya me duelen los hombros y como mi anfitrión ya duerme, no quiero verme muy abusivo con su conexión así que yo también me he de dormir. No tengo sueño porque mi reloj dice que son las seis de la tarde del sábado para mi mexicano organismo aunque en Polonia son la una de la mañana del domingo.
Mañana vamos a un museo y de ahí a no sé, ya les contaré.





viernes, 16 de octubre de 2009

10 horas de vuelo

Me situaron en una confusa ambivalencia horaria. El punto es que en Barajas estaba siete horas después. O sea que volé contra el curso del sol. Desconcertantes ires y venires entre escaleras, pasillos y letreros en pos de mi baggaje. Láminas que nunca escupieron mi maleta. Angustioso confirmar de uno de mis muchos temores en este viaje: había perdido el equipaje. Pero todo se resolvió media hora después cuando alguien me mostró el tiquet donde decía que el equipaje se había seguido derecho hasta varsovia.
Dormí un rato sobre las bancas de espera de las puertas HJK mientras, de tanto en tanto, acechaba las pantallas de vuelos para saber por fin la puerta específica de abordaje.
presencié un par de dramas de vuelos perdidos. Un adolescentote le gritaba ¡idiota! a su padre por haber, éste último, confundido el horario con el número de puerta de salida. Cuando por fin apareció el dato de la puerta que me interesaba me encontré a Mario Cantú, otro mexicano participante y juntos abordamos el avión.
aquí la cosa fue más o menos similar, tres horas de vuelo y llegamos a Varsovia. Otra espera tensa en el cinturón de equipajes y afortunadamente aquí si estaba mi maleta.
al salir nos encontramos con Sofía, una polaca que fue enviada por Maja para recojer a Mario y yo aproveché para pegármeles y obtener un sitio donde pasar la noche.
Resultó que Sofía estaba acompañada de Gerson Gómez y que ya tenía lleno el cupo máximo de dos personas. Estaba ligeramente nerviosa, mientras que Gerson, con todo y que perdió su equipaje en Dallas, estaba de lo más bromista.
Sofía habló a varias partes y finalmente me consiguió alojamiento con konrad, un muchacho fanático de latinoamérica que por fortuna habla español.
En las calles, lo que me sorprendió mucho fue encontrar un verdadero tapete de tarjetitas anunciando servicios sexuales. Por todos lados, en cada coche, en los rincones, aquí y allá. Nos divertimos levantando tarjetitas y haciendo planes para conformar un juego de dominó a partir de las tarjetas repetidas que hallamos. yo guardé muchas, pensando en ciertos cuetes que allá en México se volverían locos de ver a estas mujeres.
Primero fuimos a la casa de los abuelos de Sofía, viven cerca del centro de Varsovia. allí probamos unos platillos típicos de Polonia que ya no recuerdo sus nombres (los averiguo y les doy el nombre en otro espacio). luego nos dejó a Mario y a mi con su abuelo en lo que iba a dejar a Gerson en la casa que le correspondía.
El abuelo habla inglés, yo no y Mario a duras penas. Intentamos una entrecortada charla, yo me distraje mirando un programa en la tele. El programa era americano, no tenía subtítulos y en lugar de la traducción simultanea, aquí era un intérprete el que le iba dictando a la audiencia lo que cada personaje decía. se me hizo raro, En conversaciones posteriores alguien me dijo que era un mejor sistema en lugar de hechar a perder el guión con una mala traducción.
cuando Sofía regresó, tomamos un tranvía, llegamos nuevamente al centro, me dejó con konrad y heme aquí, terminando de colgar estos datos exactamente a las 12: 30 de la noche del... sábado ya.
Hay que dormir y mañana a ver como nos va.

1:45

Creo que ya alguien lo ha escrito con mejor fortuna pero me lo pregunto yo mientras estoy en el baño ¿Qué hacen con los desechos de los cuerpos que aquí viajan? los guardan en alguna especie de contenedor hermético, los pulverizan o acaban por dejarlos caer al mar? es este el mismo gran pájaro de acero que imaginaron quienes lo vieron por primera vez y que mea y caga desde cientos de esfínteres distintos?
QUÉ BAJO NIVEL DE REFLEXIÓN ME CARGO, ME CAE.
2:30 ¿Y ahora que hago? después del almuerzo todo está tranquilo. una azafata pasó cerrando las ventanillas. Imagino que se debe a que entramos en otra zona horaria y que de esta manera nos evitan el shock. alguien menciona una prematura puesta de sol y yo me pregunto si en ese cambio avanzamos o retrocedemos en el tiempo.
según la pantalla de vuelo, ya hemos salido del golfo de méxico. Qué aburrido, unos cuarenta minutos de paisaje y luego una eternidad de azules con nubes blanco monotonía. Otra vez ¿qué hago? No me da sueño y tampoco quiero ver la película. Supongo que debería estar pensando en los significados de este viaje pero no me llega nada a la mente. ¿Cómo acabaré estas primeras diez horas de vuelo? Vaya escritor de pacotilla. Todas novelas que he leido suelen llenar acíos como este con párrafos y párrafos de reflexiones escrarecedoras o datos del tipo "vean cuanto conocimiento poseo". Pero a mí no se me ocurre otra cosa más que picotear todos los botoncitos a mi alcance.
si por lo menos la peli fuera tipo Tarantino. Me gustan las tarantinescas porque los personajes suelen reflexionar sobre cualquier trivialidad de una manera que parecen importantes decubrimientos existenciales.
¿Que estará haciendo Ángel?
Tres horas despues. Mi primer cabezada me enfrenta a una crepúsculo rojizo. La soledad, la tristeza, la nostalgia, cualquiera de estas emociones u otras similares, de alguna manera adquieren mayor importancia cuando por fin me hacen sentir algo. Ellas, deglutidas con unos tragos de agua fría, un mordisco a un sandwich insípido mientras me asomo a la ventanilla y contemplo un horizonte en los últimos estertores del sol sobre un punto indefinido del océano, validan este párrafo. Son las cinco de la tarde y allá atrás aún quedan dos horas de sol. mientras avanzamos a una prematura noche intento sacar en claro el motivo real de mi viaje. ¿Pero acaso deben existir forzosamente motivos? Los días anteriores, cada vez que me preguntaban el por qué de este viaje congelaba la voz y contestaba intercalando nombres, instituciones, intenciones, compromisos, aprendizajes; pero internamente me sonaban a falsas justificaciones. Creo que se podría ser más libre si no existiera la necesidad de darle sentido a cada cosa que hacemos. que todo mejoraría si así nomás nos dejáramos llevar y trasladar y...
chale, ya estoy alucinando, mejor me vuelvo a dormir.
quizá debería pensar en detalles tipo: ¿cuanto pesamos todos los pasajeros? ¿Qué carga extra le suponemos al avión? ¿A qué latitud, longitud y eso estamos? ¿A qué velocidad viajamos? No sé, algo. de esos datos que siempre nutren de conocimientos generales a los lectores. pero la verdad, esos datos suelen diluirse al cabo del primer deslumbramiento. Mejor no. Del tipo de cosas que por obvias o ingenuas nadie pregunta pero que una vez planteadas satisfacen cierta curiosidad no confesada por cada uno de nosotros a riesgo de pasar por simples. Total, había dicho anteriormente que asumiría mi provincianismo.

Día cero



Bueno, lo detallé en otro blog y no lo voy a repetir aquí. El caso es que la lana fue todo un triunfo conseguirla pero finalmente estaba ya en el aeropuerto a punto de pasar a la sala de abordaje.

La despedida de Ángel fue corta para evitar esa molesta comezón en los ojos y en el corazón. Saben a qué me refiero. Pasé, esperé una hora y finalmente comenzamos a caminar dentro de un gusano cuadrado. El primer chasco, no me vería tipo The Beatles, despidiéndome con las manos en abanico de una hipotética multitud.

Me asignaron mi lugar y mientras todos terminaban de acomodarse me puse a pensar para poder consignar sesudas reflexiones.

15 minutos después: Nada.

Las instrucciones de vuelo me parecieron tan largas, casi estuvieron a punto de ponerme nervioso.
De repente comencé a sentir un aislamiento, una vaguedad que desmaterializaba la ciudad entrevista a través de las ventanillas.
Y yo con estas ganas de orinar y un amago de dolor de cabeza y la sospecha de que me daría hambre durante el vuelo y la comprobación de que en el boleto marcaba claramente que de almuerzo nada.
La pantalla del pasillo me remitió a la sensación tranquilizante de estar ante un videojuego.
Y al cabo de un instante el siguiente chasco: El avión levantó el vuelo y al intentar asomarme a mirar el panorama fui consciente de que me había tocado exactamente sobre el ala; así que todo lo que podía ver era una gris superficie que de tanto en tanto se agitaba. Sólo torciendo el cuello alcancé a mirar un poco del valle que íbamos dejando atrás. Ese valle que alcanzaba a vislumbrar, sin embargo, tenía todo el aire familiar de lo ya contemplado. Lo había mirado varias veces desde la punta de la montaña. Así que después de un rato de incómoda postura decidí seguir las recomendaciones de los cuates y me acomodé para una larga siesta.
Después de un rato aquello se desmadró: los pasajeros comenzaron a levantarse, hubo trajín de azafatas, ruido de cinturones destrabándose, ecos de suspiros de alivio, crujidos de portaequipajes y me dije: esto es una micro cualquiera. Hasta las turbulencias me parecieron poca cosa ante los baches de todos los días allá en el pueblo. Para colmo la sobrecargo, que dijo llamarse Susana Fernández, comenzó otra sesión de instrucciones bilingües que me perdí porque en ese momento pasó una azafata y me dejó unos auriculares. Bien, bien, así evitaría el relajo interminable del pasillo.
Una hora después la cosa pintó mejor. Siempre sí habría almuerzo para todos. Pero ¿dónde estaban las ninfas etéreas que nos enjaretan en los comerciales y en las películas? ¿Esos angelitos de caritas angelicales que en las alturas sirven las viandas? Porque por lo menos aquí todas las azafatas rondaban la cincuentena. Supuse en ese momento que de tanto volar de un continente a otro se acelera su proceso de envejecimiento. Ellas debían cumplir años cada doscientos cincuenta días o algo así.



Comienza la aventura

A ver, que nadie me unte en la cara a Mark Twain y su yanqui en la corte del rey Arturo. Ya sé que es falta de originalidad y lugar común y todo eso. Pero, bueno, es mi blog y es el nombre que escogí y se chingan. Además, qué otro si no éste es el meollo del asunto. Con todo lo que de chouvinista resulte, aquí voy a poner lo que un servidor vaya recopilando durante esta estancia por tierras allende al charco.
No quiero generar muchas expectativas, aunque en mis fantasías de repente me parece que se arma el revuelo y todos se ponen, día tras día, a leer lo que aquí escriba.
De entrada les digo una cosa: como me sentaré por las noches a escribir, esto puede no verse muy bien estructurado que digamos, pero por otra parte, me parece que eso le va a dar a este espacio el sabor de lo inmediato, la textura del instante vivido. la autenticidad que muchos diarios mentirosos deberían hechar de menos.
en fin. ya no digo más que lo siguiente: El título también quiere ser la consigna principal. Asumiré mi condición de provinciano que por primera vez sale de su país con estoica ingenuidad.
así que, ya advertidos, adelante.