jueves, 29 de octubre de 2009

Auschwitz

¿Cómo exponer el dolor existencial que nos deja pisar este sitio? ¿Cómo dejar asentado el shock que me supone el ver tanto turista?¿Cómo interpretar las caras sonrientes de las nuevas generaciones de judíos que visitan el lugar donde sus abuelos diluyeron para siempre la sonrisa en sus ajados rostros y se toman fotos todo poses? ¿Cómo dejar de lado esa sensación de buitredad que experimento cuando veo que hay documentos impresos en practicamente todas las lenguas del mundo? ¿Cómo conciliar la áspera y dolorosa reflexión y culpabilidad y respeto que impone el saber que en este lugar incineraron a varios millones de humanos y luego veo por todos lados rostros petreos fumando como si de un hecho trivial se tratara?
Algo se me aglutina, me contrasta, me sobrepasa; algo no se acomoda en mi ánimo ante todo lo que presencio.
Algo se nos monta a la espalda y nos eriza la nuca y nos nubla con tonalidades macabras la mirada ante la misma entrada del campo de concentración más tristemente conocido del mundo y por el que los desconocedores de la historia insisten en marcar a Polonia como una asesina de Judíos.
Esa última es la queja de un polaco que nos sirve de guía.
Recorremo
s los caminos entre edificios restaurados con los mismos materiales que formaban los edificios originales. Entramos a galerones donde tras opacos ventanales se exhiben los testimonios de la presencia de seres humanos. En un sitio hay zapatos. En otro hay cantidad de prótesis. En otro más anteojos, juguetes, trastos de peltre, ropa de niños. Un cuarto exhibe cabello humano que una textilera alemana usaba para confeccionar telas. Un rollo de esa tela también se exhibe ahí. Hay fotografías colocadas en varios muros de la gente que por aquí pasó. El guía nos explica a grandes rasgos porque hay que avanzar rápido y no toparse con una delegación judía que viene tras nosotros.
Muchas de las salas es preferible no mirarlas, mi morbo es soslayado por mi incomodidad.
Afuera, en el terreno abierto, el sol se asoma tibiamente otorgando un poco de fría luminosidad. Mis compañeros se agregan al panorama. Es poco lo que comentar. pero nuestros rostros están diciendo demasiadas cosas.
Ya queremos irnos de aquí.












2 comentarios:

  1. Mi estimado peregrino, comparto sus reacciones ante este monumental desfile de desasosiegos en el aopoteósico sitio al que por antonomasia sólo puedo llamarlo sede del infierno en la Tierra. Ante mí se me presentó -como el Diablo se presenta casi con cortesía en Sympathy for the Devil de los Rolling Stones- no como una fabrica de muerte como tradujo la Dra, sino como una ciudad de dolor, ("There are fields, endless fields..." decía Morfeo a Neo en Matrix) un pueblo masacre, basta con ver el anexo o Auschwitz II; una máquina-máscara para ocultar de la humanidad con un odio o con un nombre (que sólo podría construirse concatenando las imprecaciones más ofensivas en todas las voces de la Babel) las intensiones del ser humano por temer y odiar lo que cree es diferente, donde cree hallar la sombra de lo amenazante, sea su propia locura. Fue inevitable la regresión de mi memoria a esa referencia en la cultura pop del filme Xmen donde al inicio nos muestra al infante Magneto siendo separado de su madre ante las fauces portón de esta criatura nazi http://www.youtube.com/watch?v=Xd-ufUUKqJA y quise tanto ver una deformación en esa reja que sermonea mordaz "Arbeit Macth Frei" (El trabajo [te] hace libre) es fácil derrumbarse ahí, quedar atrapado anímicamente durante el recorrido, no sé si exista un espíritu pero estando aquí se siente que sigue estando atrapado por esta ideología de la destrucción. ¿Dónde esta Dios? decía la gente gracias a aquel y otros sitios, y uno se identifica entonces con Magneto, ¿Dónde estaba Dios? y uno desea volverse un supervillano, ¿Dónde está Dios? y durante nuestro recorrido, debes recordarlo tú, mi amigo Tlaxcalteca, se asomó el sol. Dios no debe existir me dijo una amiga polaca en otra ocasión previa. Este campo de concentración ahora lo unico animado que encierra son los fuegos de las velitas, y los pétalos marchitantes de las flores tributadas in memoriam y el llanto sembrado discreto por los visitantes, y afuera; siempre quiere entrar el dolor impaciente y la sorpresa e incredulidad del mundo que cree que el holocausto tiene las maneras de la ficción, o fermenta cifras infladas como un cadáver en descomposición, tambièn hay plegarias miltiligues, otra Babel luctuosa, y aquí dentro algunas flores son de plástico, otras si tuvieron alma, flores vivas, sus colores gritan y ante los grises y oscuros de este lugar parecen dejarte su eco en las pupilas cuando miras al paredón de fusilamiento o al calabozo de Max Kolbe. Suspiras sin darte cuenta que has sostenido la respiración desde que viste las fotos de los niños o las mujeres que rapadas parecen hombres, iguales, y los fetiches de la desgracia, también en estas paredes acribilladas de gritos hay historias de escapes del cuerpo y de la mente, de manifestaciones artísticas secretas, de motines incendiarios. Auschwitz 1 y 2 y los demàs campos ahora son nuestros prisioneros de guerra, no los hemos matado, ni debemos hacerlo, aunque no sè si algún día los dejemos ir luego de su sentencia. Yo no vi ni un ave volar por aquí, Alejandro, amigos, sólo el Sol brilló por un rato y nos trajo más silencio y màs frío y nos hizo a todos volver la vista hacia arriba, hacia el cielo.

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