jueves, 22 de octubre de 2009

Miércoles

Estoy tan cansado.
Esa ruta maratónica que Maja ha diseñado para las diferentes actividades está acabando con la resistencia de la mayoría. Comienza a fastidiarme el despertar y ver a través de la ventana de este décimo piso el cielo nublado, las gototas de rocío sobre los tubos del balcón, tener que ponerme uno tras otro suéter, chamarra y gorro. Y justo caer en la cuenta de que la temperatura era agradable en la habitación cuando recibo en la cara la ráfaga de aire frío y esa pertinaz llovizna. Me sigue friqueando llegar tarde a los eventos por más que me apuro. No soy el único ni el más impuntual, pero sí me saca de onda. Ayer, por ejemplo, la cita con el embajador estuvo bien, con excepción de tres compañeros que no asistieron, ya fuera por extravío o por tardanza.
El sujeto es muy labioso, dirían en el pueblo. Tiene la habilidad de mostrarse interesado en todo lo que hacemos, pero no sé por qué no le creo. Es un sentimiento que todos compartimos. En fin. Café, galletas, té, fotos por aquí y por allá, intercambio de folletos y promesas al ambiente de que algo se podrá organizar en un futuro cercano y después: “Las puertas de la embajada se cierran en cinco minutos y los perros serán soltados”.
Al salir de ahí fuimos a comer (¿comer después de esta abundante botana?)
Un centro comercial a la salida de la estación de trenes de Varsovia. Fast food polaca salpicada con coca cola. Imágenes contrastantes que me dan ideas para exposiciones fotográficas allá en el terruño.
Más caminata. Ya no siento los hombros, aún siento la vejiga llena. El Café Cycloza es aquel donde estuvimos la noche del lunes y ahí en donde cayeron las primeras polacas en los brazos de los parranderos mexicanos. Ahí es donde mis hospedadores me leyeron la cartilla, ahí es donde Gerson perdió la conciencia y la cartera. Ahí es donde salieron a flote las personalidades de los demás. Ahí estaba el argentino influyente en el Bar Latino que hasta este jueves no he conocido y que los demás comienzan a querer como su solapador en materia de ligues. Y ahí estaba de nuevo esta urraca discurseadora que es Adelaida. No acaba de enfurecerme, pero tampoco me siento a gusto con su necesidad de acaparar la atención y explicarle a todo el mundo la magnificencia de su obra, la que está diseñada antropológicamente para trascender el paso del tiempo y las fronteras culturales, y convertirse así en la quintaesencia universal.
No mames, está muy pirada la mujer esta. Tiene pedos existenciales provocados por su traslado abrupto a Suecia, donde por cierto ya es una celebridad. No lo hemos corroborado, pero seguramente ha de ser nuestra culpa, incultos aislados de la información. Argh.
Me di el lujo de pararle los tacos a otro pretencioso oriundo de The Jump, Jalisco, que ahora vive en Teksas y estudia una maestría en algo importante para su ego. Soy ridículo, lo sé y no me importa, porque ahora mismo me interesa equilibrar mis gastos, que entre el martes y hoy se han disparado, con mis ingresos, que llegan a cuentagotas.
Del Cycloza (el nombre tiene que ver con bicicletas, y la mayoría de sus clientes efectivamente llegan en bici), nos fuimos en otra caravana atropellada al Instituto De Estudios Iberoamericanos. Ahí si me dio gusto ver el salón atascado de gente. Bueno, la primera fila era de puros compatriotas, pero el resto era un público atentísimo. Todos los escritores nos dimos vuelo. Una, dos, tres rondas de lectura y aquellos no se largaban. Los cuentos de Miguel son la neta, buenísimos, ingeniosos, gran dominio de los juegos de palabras. Neftalí leyó uno que también me impresionó: “Yo merezco esa bala”. Carmen, Julio, Israel, Adelaida y los demás leyeron uno tras otro sin aburrir a nadie hasta que, de nuevo, Adelaida comenzó a atosigar a los asistentes con su insistencia en el conocimiento de las estructuras compositivas de un poema, a riesgo de no comprender su intrincado mecanismo de permeación en la psique del individuo, dando como resultado una apreciación reducida y por lo tanto trunca del goce emotivo visceral.
Vamos, que eres pendejo si crees que te gusta un poema cuando no sabes de qué manera ha sido estructurado.
Ahí se fue a la mierda todo. Hubo que salir del instituto porque además eran las ocho de la noche y ya no había nadie.
¿Y qué creen? A caminar. De vuelta al centro cosmopolita de Varsovia, a una cena en no sé qué prestigioso restaurant business class donde sirvieron madrecitas de fuerte sabor. Sushi, escalopas, fungis, pierogis, y una cosa verde áspera y horrible al paladar. Los vinos duraron hasta que por lo menos tres estaban cabeceando. Adelaida se dio vuelo faroleando y firmando su texto de Polonia imaginada a los incautos jovenzuelos de saco y corbata de diseñador que logró convencer de su divez. Miguel y Neftalí se desaparecieron, ansiosos de caerle al bar latino. Israel no daba abasto en el faje con su polaca. Felix, Mario, Walfred, Konrad, Maja, Joaquín, Sofía, un servidor y otros resistimos hasta la última copa libre de la barra y entonces hubimos de salir del restaurant, donde la anfitriona se había cansado de lanzarnos sonrisas forzadas presionada por los trajeados que seguramente la atosigaron toda la noche por culpa de esos mexicanos bulliciosos.
A eso de la medianoche, ni modo, a pagar los treinta slotyz de taxi para regresar a donde me estoy hospedando. Y ya.
Qué cansado me siento.

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