viernes, 30 de octubre de 2009

Gare St. Lazzare

París es un desmadre multiracial. He visto un flujo incesante de franceses, latinos, negros en todas las gamas cromáticas de la piel, asiáticos, japoneses europeizados, europeos exotizados, gente que se corresponde con los inevitables estereotipos; los flacos con barba de tres días, nariz ganchuda, bufanda, boina y pipa. Mujeres negras bamboleando sus carnes vestidas de colores chillantes, rubias espectaculares, niñitos blancos de ojitos claros con sonrisas angelicales. Góticos con todos y cada uno de los accesorios que dicta el canon. Ya me había acostumbrado a los audífonos discretos pero aquí están en su apogeo los de tipo locutor. Se fuma de manera peligrosa, se gorronea el tabaco a diestra y siniestra. Los pedigüeños hacen gala de simpatía, son muy jóvenes. Los mendigos llevan perros con correa y todo. Sus maletas están a buen reguardo encadenadas a los postes. Hay activistas del medio oriente repartiendo periódicos. La televisión transmite Al-Jazira.
Se entrecruzan los idiomas, las parejas son interraciales, son como de aparador.
Aquí me han prevenido mucho con respecto a la cartera, la cámara, la mirada y las actitudes. Abundan los uniformados, gendarmes y militares.
Viendo a tanta gente, tan distinta y tan de prisa, me pongo a pensar: ¿Qué podría contar que le interese a toda esta masa humana? ¿Qué espectacularidad pintar, construir, diseñar, que les llame la atención?
Hay ciegos con perros, adolescentes con scooters y patinetas, inválidos con sillas motorizadas, trajeados con palms y blackberrys, jovencitas con ipods diminutos y audífonos enormes.
Me ha sorprendido la cantidad de motonetas estacionadas por todos lados, los kilos y kilos de colillas que como alfombra están en las aceras.
Si en Polonia me fascinaban las delicadezas femeninas de rubios cabellos y cristalinos ojos, aquí me tienen arrobado estas negras espectaculares enormes, carnosas y cuyos tonos van del café violaceo al chocolate ambarino.
Musulmanes, judíos, hindúes, afrocaribeños, españoles, italianos. He visto veinte formas distintas de ponerse la bufanda sin dejar la masculinidad. Gorros, gorras, boinas, sombreros, topis, tocados, mascadas, pañoletas. Peinados, copetes, rastas, trenzas, colas de caballo, pelucas, calvas, carretes, peinados de salón, rizos, rulos, chinos, lacios, mohicanos, emos, metaleros. Lentes, gafas, anteojos, monóculos, pupilentes, miradas que matan, bizcos, miradas extraviadas, lunáticas, alcohólicas.
Gente que conoce a tanta gente. Gente que amolda sus intereses a cientos de contextos culturales muchas veces contrastantes.
Tanta, tanta gente.
Los días anteriores, después de por fin lograr comunicación con Gonzalo, de establecerme en su departamentito en el cercano pueblo de Pontouise, y de prometer que no le sería una carga, me da por venirme a París a simplemente caminar y caminar.

2 comentarios:

  1. El mundo libre, mi pana, el mundo libre.
    Aunque te parezca la aduana de Men in Black. ¿Has pensado alguna vez como estaría de visitado el averno si fuese un sitio turístico en un futuro donde la enfermedad de la muerte ya es curable? Ayer (antier para ti) conocí una enfermedad llamada Paramnesia Reduplicativa, y creo que te encantará, jejeje, pastillas de hipocondria mi estimado. Au revoir

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  2. Eso no es nada. Me acabo de encontrar el síndrome de París.
    El síndrome de París es una condición exclusiva de los turistas japoneses. Este síndrome se caracteriza por una depresión de estos turistas mientras están en esta famosa ciudad. De los millones de turistas japoneses que visitan la ciudad cada año, alrededor de una docena padece este trastorno y tienen que volver a su país natal.
    La condición es básicamente una forma severa de “shock cultural”. Los educados turistas japoneses que llegan a la ciudad son incapaces de separar la visión idílica de la ciudad, en vídeos como Amelie, de la realidad de una moderna y bulliciosa metrópolis.
    Los turistas japoneses que se topan con la realidad se vuelven incapaces de discutir y se ven forzados a reprimir su propia ira lo que desemboca finalmente en una depresión.
    La embajada japonesa tiene una línea telefónica disponible las 24 horas para los turistas que padezcan de este severo shock cultural y pueden aportar tratamiento hospitalario de emergencia si es necesario.

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