viernes, 16 de octubre de 2009

1:45

Creo que ya alguien lo ha escrito con mejor fortuna pero me lo pregunto yo mientras estoy en el baño ¿Qué hacen con los desechos de los cuerpos que aquí viajan? los guardan en alguna especie de contenedor hermético, los pulverizan o acaban por dejarlos caer al mar? es este el mismo gran pájaro de acero que imaginaron quienes lo vieron por primera vez y que mea y caga desde cientos de esfínteres distintos?
QUÉ BAJO NIVEL DE REFLEXIÓN ME CARGO, ME CAE.
2:30 ¿Y ahora que hago? después del almuerzo todo está tranquilo. una azafata pasó cerrando las ventanillas. Imagino que se debe a que entramos en otra zona horaria y que de esta manera nos evitan el shock. alguien menciona una prematura puesta de sol y yo me pregunto si en ese cambio avanzamos o retrocedemos en el tiempo.
según la pantalla de vuelo, ya hemos salido del golfo de méxico. Qué aburrido, unos cuarenta minutos de paisaje y luego una eternidad de azules con nubes blanco monotonía. Otra vez ¿qué hago? No me da sueño y tampoco quiero ver la película. Supongo que debería estar pensando en los significados de este viaje pero no me llega nada a la mente. ¿Cómo acabaré estas primeras diez horas de vuelo? Vaya escritor de pacotilla. Todas novelas que he leido suelen llenar acíos como este con párrafos y párrafos de reflexiones escrarecedoras o datos del tipo "vean cuanto conocimiento poseo". Pero a mí no se me ocurre otra cosa más que picotear todos los botoncitos a mi alcance.
si por lo menos la peli fuera tipo Tarantino. Me gustan las tarantinescas porque los personajes suelen reflexionar sobre cualquier trivialidad de una manera que parecen importantes decubrimientos existenciales.
¿Que estará haciendo Ángel?
Tres horas despues. Mi primer cabezada me enfrenta a una crepúsculo rojizo. La soledad, la tristeza, la nostalgia, cualquiera de estas emociones u otras similares, de alguna manera adquieren mayor importancia cuando por fin me hacen sentir algo. Ellas, deglutidas con unos tragos de agua fría, un mordisco a un sandwich insípido mientras me asomo a la ventanilla y contemplo un horizonte en los últimos estertores del sol sobre un punto indefinido del océano, validan este párrafo. Son las cinco de la tarde y allá atrás aún quedan dos horas de sol. mientras avanzamos a una prematura noche intento sacar en claro el motivo real de mi viaje. ¿Pero acaso deben existir forzosamente motivos? Los días anteriores, cada vez que me preguntaban el por qué de este viaje congelaba la voz y contestaba intercalando nombres, instituciones, intenciones, compromisos, aprendizajes; pero internamente me sonaban a falsas justificaciones. Creo que se podría ser más libre si no existiera la necesidad de darle sentido a cada cosa que hacemos. que todo mejoraría si así nomás nos dejáramos llevar y trasladar y...
chale, ya estoy alucinando, mejor me vuelvo a dormir.
quizá debería pensar en detalles tipo: ¿cuanto pesamos todos los pasajeros? ¿Qué carga extra le suponemos al avión? ¿A qué latitud, longitud y eso estamos? ¿A qué velocidad viajamos? No sé, algo. de esos datos que siempre nutren de conocimientos generales a los lectores. pero la verdad, esos datos suelen diluirse al cabo del primer deslumbramiento. Mejor no. Del tipo de cosas que por obvias o ingenuas nadie pregunta pero que una vez planteadas satisfacen cierta curiosidad no confesada por cada uno de nosotros a riesgo de pasar por simples. Total, había dicho anteriormente que asumiría mi provincianismo.

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