martes, 20 de octubre de 2009

Me han preguntado ya demasiadas veces qué es lo que me gusta de Polonia. Y a cada pregunta contesto siempre algo diferente pero siempre digo la verdad. O bien que me gusta que el clima no me sea tan sorpresivo. O tal vez que la gente con la que me he topado es amable, educada y consciente. O quizá es esa intención de ser recto y honesto. Otras veces he contestado que son la infinidad de mujeres que me hacen sentir como atravezándome en la pasarela. Y luego repito el lugar común de que son los ojos claros los que se me convierten en una gelatina donde en cualquier descuido me podría asfixiar.





Ayer por ejemplo, charlando con Cármen Ávila, de Coahuila y Neftalí Baez, de Guanajuato, les solté el añejo tema de los hipócritas aquellos que cuando les preguntas qué parte del cuerpo de una mujer es lo primero que ven, contestan: los ojos, cuando todos sabemos que son, o las tetas, o las nalgas, o las piernas. Pues en estos casos, efectivamente, son los ojos los que más he tratado de espiar. Son unos ojos enormes, profundos, asombrosamente claros. Son de una irrealidad que procuro tampoco mirar demasiado tiempo porque temo acabar siendo diluido en esa sugerencia de ficción.

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