sábado, 14 de noviembre de 2009

Jueves: Entre Gaudí y el metro

Me acatarra un poco el abuso que se hace con el nombre de Gaudí. Hoy todo el día estuvo bajo la sombre del personaje de marras. Desde el parque Güel, hasta el templo de la sagrada familia.





Anoche, después de ver cientos y cientos de postales, catálogos, hasta un hotel llamado Gaudí, donde además los turistas despistados se tomaban fotos, me dije que bien podrían superar el complejo. Pero no, no me voy a poner otra vez a juzgar de buenas a primeras. El muchacho se traía lo suyo, así que el culto está justificado.











A media tarde doy un paseo por la barceloneta, un museo de arte contemporaneo y otro recorrido por la rambla.










Lo malo de contar las horas que restan para mi regreso es que no me dejan disfrutar lo contemplado.




Hoy por la tarde da inicio un festival de "Músicos al metro", con una duración de tres días de cinco a nueve de la noche. En parte para descansar y en parte para conocer y disfrutar e insertarme en el ambiente barcelonés, asisto con el morral bien pertrechado de bastimentos.
Mucha gente lee en el metro. Por cierto, que aquí el metro avanza de derecha a izquierda. Al principio como que me saca de onda, después se me hace de los más natural. En los pasillos del metro es posible asistir a un concierto clásico, a una exhibición de Jazz, Bossanova. Me topo a cada tanto un violinista, Acordeón, trompeta, saxofón. Escucho un ensamble barroco, latino, afrocaribeño. Los más ninguneados son un grupo de ruidosos percusionistas, que es lo que más se acerca a lo que he visto de música callejera en México. Veo a un violinista octagenario cuya esposa hace las veces de cambiadora de páginas. Veo a una anciana interpretando cierta pieza melancólica en un violín reluciente pero cuyo estuche podría contar mil y una peripecias. Inmediatamente desemboco a un pasillo coloreado por juguetonas notas de trompeta acompañado con una pista de tintes jazzys. En otro anden un negro guapo canta una pieza archiconocida de pop norteamericano acompañado, como no, de su respectivo sonido embalado en un diablito de aluminio.
Veo en un desfile dinámico a músicos de muchas partes. Cubanos, rumanos, marroquíes, venezolanos, argentinos; españoles obvio. Hablan en Catalán. Me han dicho que el orgullo catalán está presente en esta ciudad y que, por ejemplo, en la enseñanza básica a los niños les dan la clase exclusivamente en catalán, además de la consabida embarrada de inglés.
Bueno, entonces, el concierto se desarrolla de manera que para nadie resulte cansado. se alternan a cada dos canciones los cerca de noventa participantes; músicos que tienen asignado un número de control para poder trabajar en toda la red del metro. Bien, bien.
En una tienda de segunda mano, busco trovadores ajenos que le pongan letra a mi nostalgia.
De todo lo escuchado, mucho me suena a conocido, o por lo menos no ejerce gran sorpresa en mí. No sé, esperaba descubrir nuevas tendencias o algo. Bueno, de cualquier manera algunos temas realmente me enganchan; si no fuera porque la memoria de la cámara anda en las últimas grabaría las canciones que me gustan.
Me pasa una cosa muy curiosa. Sentado en estas butaquitas de concreto del metro Universitat de Barcelona no siento que esté en otro país. No siento que algo haya cambiado.
Quizá esto de viajar no sea más que una ilusión geográfica, un autoengaño para legitimar la trascendencia humana.
Una vez terminado el último número, tomo el metro y me vuelvo a Santa Coloma, para descansar y seguir al día siguiente con esto de las visitas turísticas de cajón.

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