martes, 10 de noviembre de 2009

Nueve de noviembre

Madrid celebra a la virgen de la almudena.
Berlín celebra veinte años de la caida del muro de Berlín.
Los Ortíz celebran la aprobación de las reformas a la ley orgánica de la UAT.
Yo celebro no asistir a ninguna de estas celebraciones.
Paso frente al museo Reina Sofía, paso frente al Museo del Prado y no me dan ganas de entrar. Quizá París atrofió mis prioridades culturales y me dejó como resultado este hastío por los sitios de visita obligados de cada ciudad. Sé que puedo arrepentirme, que pondré cara de idiota cuando me recriminen por no haberme deleitado en la contemplación de Velásquez, Goya, Tintoretto, el Guernica; todo eso. Pero así y todo sigo caminando por callejuelas retorcidas de las que poco podré presumir y donde transitan individuos a quienes esas presunciones viajeras y turísticas también les tienen sin cuidado.
Un podenco ibicenco no aguanta más y se caga en la banqueta. Mira con cara afligida a su amo y gime como con angustia. Su dueño lo mira severamente pero no le queda más remedio que improvisar con una hoja de periódico un guante para levantar la mierda. Me sorprende comprobar la aflicción del perro. Un algún momento de su educación le han inculcado que cagar no es algo que deba hacerse en cualquier lugar. Siento pena por él. Me pregunto cuánto tiempo llevaría aguantándose las ganas y apretando el culo. Si pudiera comunicarse adecuadamente con su amo, ¿le habría sugerido regresar a casa a cagar y luego terminar con más tranquilidad el paseo de todas las tardes?
Eso me recuerda que debo comer algo. Hoy no compré nada para rellenar. Hoy tengo ganas de comer algo nuevo para que al regreso pueda decir que probé tal o cual cosa diferente. Escojo un restaurante con el menú más largo pero me cuido de comparar los precios. El nombre de los platillos se me hace lo suficientemente impronunciable como para suponer que me servirán algo de veras raro. No, resulta que lo que pedí es un arroz cocido con demasiadas especias como para darle un toque sutil pero no tan exótico. La salsa con la que se acompaña me sabe a mayonesa aguada con un toque de limón y azúcar. Luego llega un pollo bañado en una salsa tan parecida a mis inventos fallidos de cremas de verduras. Malo, malo. Pago más de lo que creí al principio pero me tranquiliza el hecho de que es mi última tarde en Madrid y aún me queda lo suficiente para moverme en Barcelona.
Regreso a la casa, mis anfitriones se preparan para salir, cada uno a sus respectivos trabajos. La vida continúa para cada uno de los que me han hospedado que me siento un poco ignorado, aunque en realidad se han portado estupendamente. Salen, calculo con generosidad mi tiempo y acabo por concluir que bien puedo ver una película. La noche anterior rentamos una en un local especializado en CINE. Así, con mayúsculas, porque resulta que efectivamente, la dependienta del local se las sabe de todas todas y su catálogo es verdaderamente impresionante. Acabamos por rentar una peli chilena en la que Marina reconoce a varios de sus condiscípulos en la escuela de actuación.
Al final la producción no acabó de gustarnos, así que con una ligera sensación de estafa nos dormimos.
Bueno, entonces estaba con que tenía tiempo de ver una peli. Escojo algo nada complicado, una de dibujos animados que no ví allá en México y a dejar que la hora de tomar el metro a la estación de autobuses esté próxima. Todo calculado, todo tranquilo, todo dispuesto para mi partida. Me he despedido de ellos y guardo entre mis pendientes fraternales recompensarlos ahora que se les ocurra regresar a México.

2 comentarios:

  1. Y Beatriz celebra su cumpleaños.
    Y por dos días te perdiste esa otra celebración jua jua jua.

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  2. juan miguel
    en varsovia
    me celebró por
    una semana
    mi (cumpleaños)

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