lunes, 9 de noviembre de 2009

Ya es viernes madrileño


Madrid no se parece a lo que esperaba, aunque no esperaba nada específico. Madrid se destapa con la plena confianza de que tiene por sí misma la capacidad de generar su vida social y cultural sin casi necesitar más. Hay teatro, música, conferencias, documentales, eventos a diestra y siniestra. Hay cantidad de gente circulando por las estrechas calles empinadas y torcidas. En cada grupo de personas se escucha una conversación en veinte idiomas distintos.
Muy temprano ya estoy asistiendo al ensayo final de una puesta en escena. Conozco la eficacia de los pequeños centros culturales. Me entero de varias convocatorias literarias. Luego regreso al centro del barrio, camino unas pocas calles, encuentro una librería alternativa, me meto, hay una serie de mesas redondas acerca de la migración y sus consecuencias culturales. Dejo en consignación algunos libros, conozco poetas emergentes. Sigo caminando, Me meto a tiendas indias, chinas, musulmanas. Hay bares, cafeterías al aire libre. La arquitectura no me ofrece mayores sorpresas. De Polonia para acá todo viene siendo más familiar, como más mundano, más cercano a mis referentes culturales.
Pero es el calor lo que me hace sentir más cómodo. Menos frío, menos sobresaltos climáticos. Y la sucesión de muros con su oferta cultural me impresiona y me hace sentir incapaz de abarcar todo lo aquí ofrecido. Hay una necesidad de asistir a todo.
Las plazas públicas son utilizadas a razón de temáticas. Paso por un parque exclusivo para perros. Por otros con el espacio para niños bien delimitado.
Por la noche asistimos a una biblioteca donde hay flamenco en vivo y gratis.
A la salida intercambiamos impresiones, recorremos los alrededores de Madrid. Gente que vive, que conversa, que toma cerveza y abandona los envases vacíos en las calles. Minorías raciales se agrupan para charlar en sus idiomas. Los turistas aquí no son tan evidentes, cualquiera puede ser un turista o un residente proveniente de otro país. Las cámaras son menos, casi me siento un bicho raro tomando fotos donde los demás simplemente ni vuelven la vista. Mis anfitriones me van dando el tour respectivo con sus comentarios curtidos por una estancia de dos años.
Llegamos por fin al departamento, aún hay tiempo de tomar café. Jose, la flautista, nuevamente se despide antes de que el último tren del metro se vaya y la haga caminar una hora de vuelta a casa.
Dormimos.

1 comentario: